miércoles, 5 de septiembre de 2007

Veronika decide morir.

La vida pasa rápido cuando hay que estudiar, me hallo en plenos exámenes, con los nervios y el estrés habitual pero con una extraña sensación de esperanza e ilusión que hacía mucho no sentía. No he hecho apenas cosas este verano, he salido poco de casa, no me he ido de vacaciones,... sin embargo, dentro de mi han pasado muchas cosas, mi alma está descubriendo poco a poco lo que es la paz...motivos para seguir, ilusiones nuevas, y fuerzas que francamente, me pregunto todos los días de donde habrán salido.

La verdad es que ha sido un pequeño libro el que ha acelerado las cosas, una pequeña historia llena de verdades, y en la que creo está explicado el sentido de la vida.

Tanto tiempo dando vueltas a mi cabeza, tanto sufrimiento innecesario, y en una tarde he visto la luz!

Voy a dejar aquí unos fragmentos (son spoiler):

—Por eso estaba llorando —dijo Verónica—. Cuando tomé las pastillas yo quería matar a alguien que detestaba. No sabía que existían, dentro de mí, otras Verónicas a las que yo sabría amar.

-¿Qué es lo que hace que una persona se deteste a sí misma?

—Quizás la cobardía. O el eterno miedo de equivocarse, de no hacer lo que los otros esperan. Hace algunos minutos yo estaba alegre, había olvidado mi sentencia de muerte; cuando volví a entender la situación en que me encuentro, me asusté".


***
**

"Pero ayer, por causa de un piano y de una mujer que ya debe de estar
muerta hoy, descubrí algo muy importante: que la vida aquí dentro era
exactamente igual a la vida allá afuera. Tanto allá como aquí las personas se
reúnen en grupos, levantan sus muros y no dejan que nada extraño pueda
perturbar sus mediocres existencias. Hacen cosas porque están acostumbradas
a hacerlas, estudian asuntos inútiles, se divierten porque están obligadas a
divertirse, y que el resto del mundo reviente y se las arregle por sí mismo.
Como máximo contemplan (como nosotros lo hicimos tantas veces juntos) el
noticiario de la televisión, sólo para tener la confirmación de lo felices que son
en un mundo lleno de problemas e injusticias."


Porque ahora estaba sintiendo algo que nunca
se había permitido sentir: odio.
Odio. Hacia algo casi tan físico como paredes, o pianos, o enfermeras.
Casi podía tocar la energía destructora que salía de su cuerpo. Dejó que el
sentimiento llegase sin preocuparse de si era bueno o no; ya bastaba de
autocontrol, de máscaras, de posturas convenientes. Veronika quería ahora
pasar sus dos o tres días de vida siendo lo más inconveniente posible.
Golpeó el piano una, dos, diez, veinte veces y , cada vez
que lo hacía su odio parecía disminuir, hasta que se disipó por completo.
Entonces, nuevamente, la embargó una profunda paz y Veronika volvió a
contemplar el cielo estrellado, con la luna en cuarto creciente —su favorita—
llenando con suave luz el lugar donde se encontraba. Retornó la sensación de
que el Infinito y la Eternidad eran inseparables, y bastaba contemplar a uno de
ellos —como el Universo sin límites— para notar la presencia del otro, el
Tiempo que no termina nunca, que no pasa, que permanece en el Presente,
donde están todos los secretos de la vida. En el breve lapso transcurrido entre
la enfermería y la sala, ella había sido capaz de odiar tan fuerte y tan
intensamente que no le habían quedado rastros de rencor en el corazón. Había
dejado que sus sentimientos negativos, reprimidos durante años en su alma,
salieran finalmente a la superficie. Ella los había sentido, y ahora ya no los
necesitaba más: podían partir.


...yo estaba volviendo
a apreciar el sol, las montañas, y hasta a aceptar los problemas; estaba
incluso aceptando que la falta de sentido de la vida no era culpa de nadie más
que de mí misma. Quería volver a ver la plaza de Ljubljana, sentir odio y amor,
desesperación y tedio, todas esas cosas sencillas y banales que forman parte
de lo cotidiano y dan sabor a la existencia. Si algún día pudiese salir de aquí,
me permitiría ser loca, porque todo el mundo lo es. Y peores son aquellos que
no saben que lo son, porque pasan su vida repitiendo constantemente lo que
los otros les mandan.

*****

Empezó a hablar, a decir cosas impensables, Y que sus padres, sus
amigos, sus ancestros habrían considerado lo más sucio del mundo. Llegó el
primer orgasmo y se mordió los labios para no gritar de placer.
Eduard la miraba frente a frente, fijamente. Había un brillo diferente en
sus ojos: daba la impresión de que fuese consciente de algo, aunque fuese tan
sólo de la energía, el calor, el sudor, el olor que exhalaba su cuerpo. Veronika
aún no estaba satisfecha. Se arrodilló y comenzó a masturbarse otra vez.
Quería morir de gozo, de placer, pensando y realizando todo lo que
siempre le había sido prohibido...